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el

jardín

bajo

tu

aliento

Texto complementario escrito
por Mike Curran

~
Traducción al español
de Ricardo Lomnitz

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¡Hola! ¡Bienvenidx! ¿Te presentaron ya al popotillo azul (Schizachyrium scoparium), una paja perenne que adquiere un color cobrizo después de la primera helada? ¿O quizás conocías ya la vara de oro de Canadá (Solidago canadensis), que habita en los baches junto a los caminos, atrayendo una gran diversidad de visitantes, desde abejas melíferas hasta mariposas monarcas?

El Jardín Bajo Tu Aliento busca familiarizarte sobre algunas de las especies que habitan las praderas locales. Sin embargo, para llegar a conocer verdaderamente estas plantas resulta necesario ir más lejos que el simple gesto de nombrarlas. En una entrevista reciente, la científica Robin Wall Kimmerer—quien forma parte de la Nación Potawatomi y es autora del libro Una Trenza de Hierba Sagrada. Saber Indígena, Conocimiento Científico y las Enseñanzas de las Plantas—señaló lo siguiente: “Cada vez que nombramos algo, este nombre se convierte en algo que tendríamos que interrogar. De cierta manera, al nombrar las cosas nos comportamos como si ya las conociéramos. Es como si por medio de este acto expresáramos que, dado que somos capaces de categorizarlas y de llamarlas por medio de un término en latín, ahora fuéramos sus dueños.” Oponiéndose a esta lógica, Kimmerer defiende una ética de la reciprocidad, basada en asumir a todos los seres como sujetos, en vez de como objetos; una postura ética que implica dejar de concebir las plantas simplemente como “nuestras”, sino a nosotrxs también como de ellas. En otras palabras, se trata de una filosofía que nos concibe como parientes, como seres vinculados. Ahora bien, ¿de qué sirve tomar conciencia de esta conexión precisamente ahora, estando en medio de un lago congelado, en el que las plantas que nos rodean han sido arrancadas del suelo en el que originalmente echaron raíces?

Hubo un tiempo en el que las praderas ocupaban desde lo que hoy en día es el sur de Texas hasta Saskatchewan, Canadá. Este terreno, de una extensión de 170 acres continuos, era uno de los ecosistemas más complejos del planeta, alojando un incalculable número de interacciones interespecíficas. Su colosal tamaño ha sido fragmentado desde entonces, transgrediendo la cualidad distintiva del ecosistema: su interconexión. En la actualidad, únicamente 1% de las praderas originales del continente siguen existiendo, y la destrucción no se detiene: simplemente en Minnesota alrededor de dos millones de acres de pastizales fueron transformados en tierras de cultivo entre los años 2012 y 2019. Irónicamente, este alarmante proceso histórico es representado con orgullo ni más ni menos que en el escudo oficial del estado, en el que se ve a un agricultor blanco labrando un campo, fracturando la tierra hilera por hilera, al mismo tiempo que se muestra la caricatura de un nativo americano cabalgando en dirección al atardecer, huyendo de una tierra súbitamente convertida en un objeto y violentamente domesticada. Confrontándonos al aplastante peso de esta creciente catástrofe medioambiental, el presentarte con estas plantas se siente en estos momentos un poco como reunirse por primera vez con un pariente distante que acaba de recibir un diagnóstico terminal.

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El escudo oficial de Minnesota.

Sin embargo, y a pesar de la dislocación necesaria para crear esta instalación, amar las varas de oro que se encuentran en este jardín es amar todas las varas de oro que han existido en el pasado. Nos estamos reuniendo con estas plantas en el momento más duro del invierno, cuando las plantas de las praderas de todo el medio oeste de los Estados Unidos han entrado en reposo. Ellas, las plantas, saben cuándo pausar su actividad y cuándo volver a crecer gracias a la información que heredaron cuando fueron semillas. En esa etapa, sus madres dejaron registro a nivel genético de las temperaturas que experimentaron a lo largo de sus vidas, dotando así a las semillas de la capacidad para germinar cuando las condiciones fueran adecuadas. Si siguiéramos el camino de su memoria genética, quizás podríamos llegar a percibirnos a nosotrxs mismxs, los seres humanos. Entretejidas en la memoria genética de las plantas se hallan recuerdos de alteraciones provocadas por la actividad del ser humano: cambios a nivel de los ciclos de germinación ocasionados por la irregularidad que el cambio climático provoca en el comportamiento de las estaciones—aquellos recuerdos de emerger de la inactividad durante un pequeño periodo de calor a inicios de la primavera, únicamente para ser sorprendidas por una helada tardía. Gracias al conocimiento ancestral vinculado al reposo, estas plantas se acuerdan de ti incluso aunque tú aún no las conozcas.

 

Entonces: ¿qué hacemos ahora, que estamos comenzando a percibir de manera más plena a estas plantas, relacionando sus nombres con un ecosistema particular, profundamente complejo? Quizás esto contribuya a que nos sintamos deseosos de sanar estas tierras, ayudando a re-establecer comunidades de especies perennes en todos los lugares que sea posible—en nuestros propios patios, en las calles y avenidas, arriba de tierras que antes fueron cultivadas. Sin embargo, no vale la pena comenzar a mover la tierra si no partimos por reconocer nuestro parentesco y nos damos cuenta que, al igual que todas las plantas que se encuentran delante tuyo, nosotrxs, seres humanos, también nos encontramos parados sobre un hielo quebradizo.

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Las plantas en el estudio de Tom Bierlein.

Robin Wall Kimmerer, “The Intelligence of Plants,” entrevista realizada por Krista Tippett, On Being, Krista Tippett Public Productions, 25 de febrero del 2016.

“A Complex Prairie Ecosystem,” National Park Service, 18 de diciembre del 2020, Link.

Jennifer Bjorhus, “Conversion of Minnesota grasslands to crops threatens wildlife, water, climate,” Star Tribune, 23 de octubre del 2021, Link.

Université de Genève, “Seeds inherit memories from their mother: Maternal and environmental control of seed dormancy is carried out through novel epigenetic mechanisms,” Science Daily, 26 de marzo del 2019, Link.

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